Milagros de el Beato Juan Martín Moyë

Juan Martín va y viene por las calles y las callejuelas de sus parroquias sucesivas. Para ver y escuchar, para sentir la sonrisa de un recién nacido que le llevan a bautizar, el amor de una pareja de ancianos, la pobreza oculta de los tugurios. Y la injusticia: conoce jóvenes apenas en la pubertad que por algunos robos menores terminaron en la horca. Conoce también la angustia de las prostitutas de Metz, ciudad que ha sido siempre un bastión de tropas militares. Y comprende que la piedad popular, manifestada en las procesiones, es impotente para detener esos males. Se necesita algo más. Otra cosa muy distinta: Instruir.
Los colegios existen, pero para los burgueses, para los habitantes de la ciudad, para los hombres jóvenes. A las niñas, incluso a las niñas ricas, no se les enseña sino la piedad y cómo ser buenas amas de casa. ¿Y la lectura y la escritura? A veces, si queda un poco de tiempo.
Sin embargo, mucho antes que Freud, Juan Martín está convencido de que todo se hace desde la infancia. Entonces el joven y brillante intelectual formula un proyecto loco: abrir miniescuelas para las niñas en los lugares más pobres y más apartados de Lorena.
"Se necesitaba poder contar con jóvenes libres y dispuestas a todo; a codearse con la miseria y con la incomprensión. Proyecto insensato el mío, ciertamente. Pero como este pensamiento seguía invadiéndome, podía creer que venía de Dios."

Y nace así la Congregación de Hermanas de la Providencia.


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